Friday, February 4, 2011

EL ULTIMO ARRIERO CHOLO DEL DISTRITO DE OYOLO, PROVINCIA DE PARINACOCHAS, AYACUCHO, PERU




"El último arriero cholo del distrito de Oyolo, provincia de Parinacochas, Ayacucho , Perú," se termino de escribir en la ciudad de Houston ,estado de Texas. U.S. "La Capital Mundial de la Energía".


Autor: Eduardo Maximiliano Narrea Huamaní,
"El Cacique de los Andes".


1.0 DEDICATORIA:

A mi abuelo Víctor Huamaní, que fue un sempiterno jinete de añeja montura que siempre metía espuelas de oro a sus interminables viajes a lo largo y ancho en la cordillera de los Andes.

De igual modo a: Andrés Huamaní, Antonio Peralta, Néstor Humala, Nemesio Humala, Daniel Narrea Alata (primo hermano de Saturnina Alata), Inocencio Alata, todos ellos arrieros oyolinos, cabalgaban juntos con su tropilla de mulas, peones, que hicieron un grupo muy fuerte y unido, fueron aguerridos jinetes, llamados “cocakepi" y a todas aquellas personas y familias oyolinas que descienden de esos indomables y valientes llaneros ayacuchanos.


2.0 INTRODUCCION:

Al tocar y acariciar con mis manos las piedras vírgenes de los Andes siempre capté la ternura y la solidaridad con mis antepasados. Junto a las inmensas rocas pétreas siempre me sentí muy pequeño en magnitud comparativamente con las descomunales rocas pétreas, mirando desde lo más alto de las montañas me sentía maravillado al observar los insondables valles interandinos, los campos de cultivo con sus mantos marrones y verdes siempre terminan en las quebradas de ríos profundos y al mirarlos desde lo más alto de las cumbres al igual que el águila y el cóndor, tuve siempre la impresión virtual de ser un soldado centinela que cuida la geografía de un país inmenso y arrugadísimo que guarda tesoros metálicos en sus entrañas.

Esta tesis emerge en la Cordillera de los Andes que es mi refugio, bastión y trinchera. Quiero compartir con Uds. Estas crónicas ayacuchanas que son un abrazo de peruanidad, sobre todo con las personas de la cuna de mis ancestros, las crónicas que les voy a contar estuvieron guardadas por mucho tiempo en mi subconsciente, quiero que sea un granito de arena en la historia de Oyolo y Parinacochas.



El objetivo preponderante al escribir estas líneas es llenar un vacío de cien años sobre los valientes llaneros del distrito de Oyolo en el departamento de Ayacucho. Don Víctor Huamaní Chamana, hijo de Don Julián Huamaní Calderón y de Doña Francisca Chamana Prado naturales del pueblo de Oyolo. Nació un 18 de Octubre en el año de 1,885. Fue el último arriero cholo, de toda una generación de arrieros, él y otros arrieros estuvieron por mucho tiempo en las páginas olvidadas de la historia, estas crónicas se desarrollaron en el siglo pasado alrededor de los años treinta, por esos años el distrito de Oyolo era un pueblo de comerciantes arrieros al igual que muchos de los pueblos de Ayacucho. Estas crónicas y leyendas fortalecerán a la esencia peruana, que es un país basto de valores, que sentó sus frutos y fundamentos en la herencia cultural de una hermosa nación milenaria.



Esta tesis EL ULTIMO ARRIERO CHOLO lanza a la posteridad a personajes anónimos que fueron pro-hombres del campo que no han tenido la oportunidad mostrarse a un mundo globalizado. Siempre recorrían por Cuzco, Ayacucho, Apurímac y Arequipa, siete arrieros oyolinos formando una gran caravana, cada uno con su tropa de mulas, siempre viajaban acompañados de hermanos, familiares y peones. Eran camaradas y compañeros de viaje: Víctor Huamaní, Andrés Huamaní, Antonio Peralta, Néstor Humala, Nemesio Humala, Daniel Narrea Alata (primo hermano de Saturnina), Inocencio Alata.



Los caminos carro sables y las trochas eran su mundo y su jaula de oro, eran polvorientas en verano y húmedas y frías en invierno en las rutas en su larga travesía por las regiones de costa, sierra y ceja de selva.



. 3.0 Crónicas sobre: “El último arriero cholo”.

Los arrieros cervantinos oyolinos y el bien ganado nombre de “Llaneros Oyolinos” fue una tierra de comerciantes y les decían por sobre nombre “cocakepi” , estos valientes jinetes que cabalgaron por las frías praderas llevando en sus alforjas la hoja seca de coca.

Fueron como las pepitas de oro nativo que se recogieron del río cuando estas brillaban muy intensamente, mezclados con las areniscas y los pequeños cantos rodados producto del trajinar en las aguas frías y cristalinas de los deshielos de las cordilleras.




Estas pepitas de oro estuvieron guardadas por mucho tiempo en un “capacho dorado” que en el argot idiomático de los arrieros de antaño era una bolsita de cuero confeccionado del escroto testicular de un novillo y servía para guardar las monedas o las pepitas de oro. Este tesoro era escondido muy secretamente, logrando tener muchos escondrijos, algunos lo guardaban bajo el colchón de lana de ovino, otros lo disimulaban en un cántaro de arcilla tapado por semillas de maíz o de habas secas, otros lo ponían bajo tierra en un pequeño cofre de madera y los mas temerarios los escondían en cantaros de barro en sus parcelas agrícolas, luego de sacarlos de su guarida lo tomaban entre sus manos, lo besaban, lo acariciaban y decían: -Un buen arriero vale su peso en oro-. Algunos levantaban su ego personal diciendo: -“valgo como las onzas de oro-”, y los más pedantes y presumidos guardaban el capacho dorado con sus pepitas de oro bajo el cincho de su correa.




En esa época el transporte era en barco a vapor y las mercaderías se trasladaban en acémilas conducidos por los comerciantes llamados arrieros, los naturales del pueblo de Oyolo tenían por sobre nombre cocakepi, porque eran comerciantes de coca, en sus alforjas acarreaban la hoja de coca de la selva del Cuzco para todos los pueblos de Ayacucho, transportaban las cargas de lana de ovino de muchos pueblos a Tambo Rúelas en Arequipa y para semana santa previa pesca en el mar de las costas de Arequipa, traían el pescado seco salado, el cochayuyo, de igual modo transportaban vino y aguardiente en odres y lo vendían en diferentes pueblos.




El abuelo nos visitaba cuando éramos niños una vez por año en la capital limeña y se quedaba a pernoctar en nuestra casa por dos semanas, venía de su pueblo natal para la matricula de su hijo Roberto en la capital limeña y allí nos contaba sus aventuras. Siempre busco un auditorio y sentándose en medio de la familia narraba sus periplos y mis hermanos gozaban al escucharlo, era un hombre sano y no frívolo, no masticaba la hoja de coca (chacchado) ni era alcohólico.

Al contar sus aventuras Don Víctor nos decía:

-Que no era el Quijote de la Mancha, que tiene muchas historia fantasiosas jaladas de los cabellos-, estas historias son verdaderas, muchas de ellas crudas, vividas en pellejo propio, elaboradas al sol del medio día y al frío helado nocturno de las punas, en mis travesías por los picos nevados de los Andes, al final del día nos sentábamos a descansar a la manera india alrededor del fuego después de descargar las acémilas y allí se contaban las peripecias y los problemas de las largas caminatas y se quedaban dormidos muchas veces vencidos por el indomable cansancio, reponían energías durmiendo sobre un pellejo de ovino dentro de una carpa, los vientos fríos con sus coplas de silbidos hieráticos nos acariciaban los tímpanos al igual que nuestras madres de cuna y dormíamos hasta que los primeros rayos del sol nos despertaba conjuntamente con al trinar y canturrear de las aves del campo y al canto del gallo, nos estirábamos como los felinos para olvidar lo soñado y así comenzaba un nuevo día.

Era su mundo y su rutina dentro de su jaula dorada, siempre la misma rutina se repetía en cada viaje: Al salir el sol se levantaban muy temprano, buscar leña para cocinarse en campo abierto, usaban el agua fresca de río y sus utensilios de cocina tradicionales eran: - la olla de barro, el plato de madera, el cucharon y las cucharas de palo, su tasa para el café era un poto de mate.




Ellos preparaban una precaria cocina a leña teniendo a las piedras más grandes como acompañantes. La artesanal olla de barro era la atracción y centro de gravedad más importante porque era la olla maestra, los ingredientes de ese suculento caldo llamado sopa brava ó sopa de arriero eran: la harina de maíz que la llamaban lagua, el trigo molido que era la cutipa, el mote pelado, el trigo pelado, trozos de quesillo, el charqui de res ó de llama, las habas secas, la sal para darle el toque del sabor.




Su fiambre, frío que básicamente consistía en maíz tostado y queso duro, algunas frutas secas como el durazno, membrillo, que su esposa Saturnina preparaba como fiambre con la ayuda de otras mujeres que eran la servidumbre del arriero. Llevaban también las habas tostadas, maíz tostado molido y el infaltable queso duro salado, y el llamado quesillo que era el queso sin sal que se usaba en las comidas y sopas, el charqui que es la carne seca diferentes animales: y puede ser de gallina, cordero, puerco, llama, res.



Cuando ya no tenían insumos para preparar sus alimentos era el perro Capulí, su fiel mascota, el que se encargaba de cazar vizcachas que son conejos silvestres y cuando alguna vez estuvo enfermo se tenían que contentarse con su fiambre frío de maíz tostado llamado –cancha- y queso duro salado. Y preparaban la sopa lagua por no decir la sopa toctoymote - solo unos granos de maíz mote están flotando en el caldo-. Me lo contaba riéndose, mi tío, el ex policía llamado macho Eusebio de Abancay.

Debo resaltar también que para hacer el ají molido usaban una piedra plana llamado batan en donde al compás de otra piedra redonda molían el ají, el huacatay, los dientes de ajo, el queso y luego de saborear sus alimentos en platos de madera y cucharas de palo reiniciaban una larga e interminable recorrido por los rincones más apartados de nuestra patria. Los descansos también los hacían en los tambos y allí desmontaban sus cargas para que descansen la piara y para poder reponerse de las energías perdidas y allí compraban alimentos que los cocinaban las mujeres que usaban polleras de vistosos colores y saboreaban exquisitos platos como la pachamanca, fatachupe ó sopa de mote, cuy chactado, rocoto relleno, papa a la huancaína, olluquito con charqui, picante de chuno, picante de cochayuyo, anticucho de carnero y otros potajes típicos porque en esos lugares llegaban los arrieros de diferentes lugares y mas parecía una feria que un lugar de descanso, y los animales tenían también que tomar agua y alimentarse con forrajes cortados que compraban o potreros que alquilaban. Mientras que los animales se alimentaban, ellos cuidaban de las cargas, como forasteros siempre fueron mirados de reojo por algunos pillos que al menor descuido le podrían hurtar sus valiosas pertenecías.



Siempre saludaba porque era buen forastero, y decía: que el que ingresa saluda- y si alguien no le contestaba el saludo él decía: - ¡Lo cortés no quita lo valiente, mi caballero! - Y nos contaba que en diferentes pueblos saludan de formas diferentes: en algunos pueblos dicen: buen día mi caballero y lo que más le llamo la atención fue en el norte, en el pueblo Huanca bamba (sierra) del país, ellos saludan cantando: Buenos días…… y les contestan: Día de Dios. Buenas tardes….. Tarde de Dios.




No tenía hijo varón en los primeros años de su matrimonio, sus primeros hijos eran mujeres, en total siete mujeres al inicio de su matrimonio y dos hijos varones al final. En una sola oportunidad viajo con su hija mayor Inés y la llevo al Cuzco y allí conoció a una tía, hija de Don Calixto Alata, en el valle sagrado de los Incas ( río Urubamba), ese viaje tuvo sus peligros como todos los viajes, y fue una experiencia inolvidable para la joven Inés que sabia montar caballo como una amazona, de regreso trajeron mucha ropa para su familia, trajeron una vicuña bebe que la atraparon en el camino porque recién había nacido, la criaron dándole leche de cabra.




Víctor descanso tres días en casa de su esposa para luego partir a dejar las cargas a otros pueblos, para eso tenía otra piara de mulas que estaban en descanso y partía con ellas, las acémilas en las largos viajes se adelgazan y pierden condición física y muchas veces se les marca el lomo y aparecen heridas por el rozamiento de la carga con la espina dorsal y también se desgastan los herrajes que había que cambiarlos.




Vestía siempre un poncho de alpaca de color marrón a rayas, hilado y tejido por Doña Saturnina, sombrero ayacuchano, pañuelo blanco al cuello, camisa de caqui, chompa pullover blanca de lana de ovino hilado y tejido por su esposa – gran merito de ella- y pantalón de lana comprado en el Cuzco ó blue Jean vaquero americano con una correa de doble fondo para llevar sus billetes, además usaba un cuchillo al cinto con su cartuchera burilado para su defensa personal.




El caballo ayacuchano llamado el famoso chusco andino era el compañero inseparable de todo arriero y el bien ganado nombre de “vaqueros Oyolinos”, tierra de bravos jinetes que cabalgan hasta ahora las frías praderas. Viajaba montado en un caballo blanco ó pinto con montura de cuero repujado, bozal de plata y riendas de cuero con incrustaciones de plata.




El arriero Víctor compro unas tierras comunales al pueblo de Oyolo llamado “Aypatinco”, se lo vendieron para reparar la Iglesia, está ubicado en la comunidad de Huancarane que pertenece a los tres barrios de Oyolo, esas tierras tienen un puquial y un llamicho cuidaba las ovejas de Víctor. Ese mismo llamicho era arriero de llamas y para el transporte en tiempos de cosecha llegaba al pueblo con trece llamas, doce eran para el dueño de la carga y una para el transportista, y Víctor muchas veces llevo las papas a la puna usando ese medio de transporte y el llamicho preparaba el chuno por muchos días , la papa se extiende en las noches y le echaban agua fría para que se congele y al día siguiente con el calor del sol se descongelaba y las papas comienzan a deshidratarse, siguiendo ese mismo paso por varios días las papas pierden humedad por termodinámica.




Víctor tenía un perro llamado Capulí que fue criado por él desde cachorro, fue criado a base de leche de cabra para pastor de ovejas, y cuándo grande cuidaba que la manada de ovejas siempre este junta y los protegía de los zorros que podrían llevarse a los corderos recién nacidos, se identifico desde cachorro con las ovejas y cabras, este fiel canino nunca se desprendía de Víctor cuando visitaba cada mes su rebaño de doscientas ovejas en las alturas, Capulí lo seguía por todas partes cuando estaba junto al rebaño, este animal moviéndole la cola seguía a Víctor por todos los lugares que el visitaba, ya que llevaba víveres para el llamicho encargado de cuidar sus animales que lo había dado al partir o sea que la mitad de toda la producción del hato era para el llamicho y la otra mitad para Don Víctor.




Como todo gran caballero tenía que tener un escudero y el escogió a su mascota Capulí para su acompañante y asistente , Víctor lo llevo junto a su caravana de mulas, un hijo de él sería su reemplazante como perro ovejero, era un perro grande, un chusco ayacuchano hijo de un pastor alemán - fiel mascota de mil combates- al que tenía que poner zapatitos de cuero para que cruce la cordillera en los picos nevados más altos , estos zapatitos lo forjaba en cuero de vaca el mismo Víctor para lo cual cortaba un cuero en redondo y hacia una cinta del mismo cuero pasándolo por los ojalillos nos lo contó mi madre Catalina que observaba lo más mínimo que hacia su padre.




Capulí fue su escudero en sus viajes, era un animal adulto, dócil y conocía los campos alto andinos y estaba acostumbrado a andar en las praderas heladas, fue sacado de su trabajo y lo acompaño en muchos viajes, recorrieron juntos por varios años, era un inseparable amigo, y cuando salían de pesca en el mar en una chalana a remos , el se posesionaba en un extremo del bote y después por las tardes y noches cuidaba del pescado seco salado que estaban sobre las piedras a las orillas del mar y ellos dormían en una carpa que tenía por soportes a unas costillas de ballena recogidas a orillas del mar.



Capulí cuando estaban de viaje acostumbraba dormir sobre un pellejo en la puerta de la carpa del arriero Víctor, una noche un puma de los Andes que es un felino del monte husmeaba de madrugada y mientras todos los arrieros dormían, husmeaba la carga de los arrieros y el olor a charqui, que es la carne seca lo había atraído desde lejos, el puma hembra de contextura flaca y hambrienta tenía que llevar carne para sus cachorros de camada y el trabajo de Capulí era de vigilar, ayudar a cuidar la carga mientras todos dormían y cuidar a su amo. El escudero Capulí enfrento a la hambrienta bestia que se estaba llevando un costillar de carne seca, siguió al puma hasta una colina y después de quince minutos de forcejeos y mordiscos el puma de los Andes lo mato después de una sanguinaria pelea ya que un fiero manotazo del puma hizo que Capulí cayera a un barranco profundo golpeándose la cabeza contra las rocas, en algún lugar de la cordillera de los Andes y bajo una cruz de madera que sostiene los zapatitos de cuero debe de estar la tumba secreta de la fiel mascota que fue enterrado con honores de héroe.




La caravana tenía su mula madrina llamada “Josefina” que tenía campanitas al cuello en señal de don de mando, las mulas tenían hasta tres clases de esquelas, la que mejor sonido tenia era porque tenía más aleaciones de oro,- lo recordaba Daniel que fue el último de los hijos del arriero-.

Los jóvenes viajaban con el solo propósito de conocer la ciudad imperial del Cuzco, la ceja de selva del Cuzco y de regreso llegar hasta el mar Océano Pacifico. Para un joven serrano es todo un espectáculo ver por primera vez el mar y con pie descalzo tocar las aguas frías del océano, le parece increíble ver tanta agua salada junta, ya que en los pueblos alto andinos solo pueden ver lagunas pequeñas y ríos profundos. Los recios cholos de brazos y tórax fuerte que eran sus peones, eran sus compañeros de un interminable camino y demoraban algunos meses en sus viajes como arrieros.


4.00 CONCLUSION :


Parinacochas es rico en tradiciones, costumbres, leyendas, y la tesis EL ULTIMO ARRIERO CHOLO juega un papel muy importante en la cultura de los oyolinos y LAS CRONICAS AYACUCHANAS SON UN ABRAZO DE PERUANIDAD.

El último arriero cholo pasará a la historia como una joya familiar del pueblo de Oyolo y es un mensaje para los lectores de un mundo globalizado, es un dibujo ecológico perfecto de la naturaleza alto andina, allí observando sus praderas observe el amanecer y el atardecer y con el frio helados de sus vientos me inspire gracias a las brizas del recuerdo. - lo escribí pensando en el viejo arriero Víctor, recordando las visitas que nos hacía a la capital limeña cuando niños.
Sinceramente.
EL CACIQUE DE LOS ANDES,

Derechos de Autor, ING. Zootecnista EDUARDO MAXIMILIANO NARREA HUAMANI, eduardonarrea@hotmail.Com
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4 comments:

  1. Hola Eduardo :Te felicito, es una historia muy interesante y tenemos similares inquietudes, mi familia paterna es de Pauza y mi abuelo Juan Antonio Supanta Ramos era comerciante de cueros y viajaba mucho por Parinacochas, Caraveli y otras provincias.Yo estoy elaborando la historia de mi familia Supanta y he reunido bastante documentación al respecto, me gustaria mantener contacto mi msn es reimansu636@hotmail.com.
    Saludos.
    Reynaldo Supanta Villena.

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  2. Gracias por tus palabras mi nuevo correo es eduardonarrea@outlook.com por favor mandame tu nuevo correo, nos estamos comunicando. Te podre mandar mas informacion del ,pueblo de nuestros ancestros.

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  3. Don Eduardo, un gusto leer su relato y saber que compartimos el apellido (Yo soy Omar Narrea). Mi abuelo se llamaba Julio Narrea Alvarado y estoy buscando sus origenes que solo se que son de Parinacochas. Quizá tenga información que pueda compartir a mi correo omar.yakov.narrea@hotmail.com Un abrazo

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  4. Don Eduardo, un gusto leer su relato y saber que compartimos el apellido (Yo soy Omar Narrea). Mi abuelo se llamaba Julio Narrea Alvarado y estoy buscando sus origenes que solo se que son de Parinacochas. Quizá tenga información que pueda compartir a mi correo omar.yakov.narrea@hotmail.com Un abrazo

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