Jueves 14 de agosto del 2014 | 10:32
Antes de la tormenta
A continuación, el relato de Alejos, sus fotos.
Eran las 11 a.m. del día 3 de febrero de 1964, una mañana muy parecida a los demás días con un sol maravilloso, un día tranquilo con poca gente en las calles, y la ciudad de Huamanga se mostraba casi desierta por cuanto los empleados estatales no trabajaban, solo los escolares y universitarios caminaban en las calles y como en toda ciudad pequeña no había mucha actividad comercial, la gente aún permanecía en sus casas.
“Wálter, tienes que ir a tomar fotos a un matrimonio, de un profesor universitario que se casa, será una ceremonia civil muy reservada en la casa de la novia”, me dijo mi padre Baldomero. Y me comprometió de esta manera a hacer este trabajo que le habían solicitado, y luego me indicó lo que debería hacer.
“Prepara la cámara y las bombillas de flash, toma un rollo nuevo y ve inmediatamente porque la boda estará por empezar”, fueron palabras dichas por el gran maestro, con autoridad y sencillamente las acepté con alegría, porque además la fotografía me empezaba a apasionar. “Bien papá, me prepararé”, le respondí.
Creo que era la tercera o cuarta vez que salía a cubrir una ceremonia de casamiento. En todo el tiempo de trabajo al lado de mi padre había aprendido no solo a imprimir fotografías, revelar rollos sino también a tomar fotos con la cámara portátil marca Voigtländer, de fabricación alemana. Cargué la cámara, verificando que disparaba correctamente y tomando un rollo más de reserva y 8 lámparas de flash, me fui muy rápido a la dirección que se indicó.
La casa de la familia de Carlos La Torre, hacendado huantino, estaba ubicada en el jirón Tres Máscaras número 312, a unas tres cuadras de la casa de mis padres. Era una casa de adobe con estructura colonial y de una sola planta. La entrada era un zaguán con una puerta muy grande de madera y de color nogal. Al llegar toqué la puerta, me abrió una dama y me preguntó que si yo era el fotógrafo. Le dije que sí, que mi padre Baldomero Alejos me había enviado a cubrir la ceremonia. La anfitriona me miró y puso un rostro de duda sobre mi capacidad y calificación y experiencia de tomar fotos, dada mi juventud ya que no tenía más de 17 años. Probablemente esperaba tener a una persona mayor, con una gran cámara, vestido de terno y supuestamente más experimentado que yo. Mi estructura física era delgada y solo estaba vestido con sencillez pero expresando una gran disposición de tomar fotos y con una gran sonrisa. “Pase usted, lo están esperando porque en unos minutos ya debe empezar la boda”, me dijo con amabilidad.
Caminé unos 10 metros y encontré a la mano izquierda un corredor típico ayacuchano con unas columnas decorativas de madera y con muebles antiguos, e ingresé por una puerta abierta a la sala de estar de la casona, donde estaban algunas personas a quienes yo ya conocía de vista. El profesor universitario Abimael Guzmán, la señorita Augusta La Torre, una mujer muy joven y agraciada, provista de una sonrisa muy dulce y amigable, quizá no tenía más de 18 años. El novio sí era una persona de mayor edad, robusto, no muy alto y con unos lentes cuadrados y un cabello bien peinado. Además estaban los padres de la novia, el señor Carlos Rolando La Torre Córdova y doña Delia Carrasco Galdós; y dos personas más que eran los testigos y familiares muy cercanos a la familia La Torre: la señora Elia Cabrera Carrasco y Hugo Cabrera Carrasco.
Aún no había llegado el representante del alcalde de la ciudad y tuvimos que esperar unos minutos hasta que finalmente llegó el señor Hildauro Amorín, que era el datario del municipio, y a quien se le conocía por el sobrenombre de “cura sin sotana”, porque era el encargado de casar a todos los ayacuchanos.
Había una mesa de tamaño mediano con un mantel blanco al medio de la sala, en la que se oficiaría la ceremonia y los asistentes no pasábamos de 8 personas, incluyéndome a mí y al señor Amorín.
Minutos después empezó la ceremonia y puse toda mi destreza para plasmar en la celulosa en blanco y negro las mejores fotografías, considerando que solo tenía dos rollos de 8 fotos y 8 lámparas.
Mientras tomaba las fotos me preguntaba por qué no habían más invitados, si el profesor tenía muchos colegas catedráticos y camaradas de su línea partidaria, y además la familia era pudiente con mucho dinero proveniente de la explotación de sus tierras en la provincia de Huanta. Tratándose de una pareja interesante pensé que esta boda debería contar con una concurrencia mayor; ¿por qué tanto hermetismo?, acaso porque no querían que los ayacuchanos se enteraran de este matrimonio, o quizá la diferen
cia de edad entre los novios no estaba muy acorde con las costumbres de una sociedad tan cerrada y tradicional como la ayacuchana. No encontraba respuestas a mis preguntas.
Pero si algo me llamó la atención era que no todos estaban del todo felices. El doctor Guzmán estaba siempre serio y a menudo ensayaba una sonrisa pero que no era natural sino casi forzada, sería quizás porque estaba nervioso, como sucede a muchos novios en el momento de la boda. Quien se encontraba más contenta y feliz era la novia, aunque nerviosa, y que en todo momento mantenía una sonrisa natural, que armonizaba con su rostro de joven y su delgada figura.
Se dieron el sí, intercambiaron aros y firmaron los libros de matrimonio del municipio y el señor Amorín les invitó a que se dieran un beso. Los pocos asistentes lanzaron una voz de exclamación y les brindaron un sonoro aplauso, dando voces de alegría y parabienes a los recién casados. Logré tomar las 8 fotos y ya no tenía bombillas de flash para más tomas, esperando quizá tomar fotos grupales a la luz del día en el pequeño jardín, pero al no mostrar una mayor interés por más fotos, consideré oportuno dar por concluido mi trabajo. Recuerdo que pasaron una copa de champán y unas galletitas semi dulces y se brindó por la felicidad de los novios. Terminado todo el acto ceremonial, felicité a los recién casados, a los padres y los dos familiares, les pedí permiso para retirarme y abandoné la sala y caminando hacia
Un documental sobre la primera esposa de Abimael Guzmán
Josefin La Torre, sobrina de la primera esposa de Abimael Guzmán, devela la verdad de su tía en “Tempestad en los Andes”
FERNANDO VIVAS, periodista
Tras ver “Tempestad en los Andes”, la frase “Hacerse el sueco” me resulta más injusta y ofensiva que nunca. Mikael Wiström, director sueco de “Tempestad en los Andes”, y su protagonista, Josefin Augusta La Torre, confrontan, con valentía, las verdades más trágicas del Perú.
Josefin, de 26, nació en Suecia, hija de una ciudadana sueca y de un hermano de Augusta La Torre, la primera esposa de Abimael Guzmán, la terrorífica ‘Norah’. Los La Torre, en Suecia, repiten que Augusta fue una idealista víctima de la represión y la han idealizado. Por eso, el segundo nombre de Josefin es Augusta y el de su hermana es Norah.
Aunque es un misterio el motivo de la muerte de Augusta, le pregunté a Mikael por su hipótesis de investigación: “Yo quería que Josefin le pregunte a Alfredo Crespo [abogado de Guzmán], pero no nos recibió. Creo en lo que dice Carlos Tapia [entrevistado en el filme], que ella estaba enferma y Abimael la dejó morir”.
Las excepcionales fotos que IDL-Reporteros publica ahora fueron tomadas hace 50 años en Ayacucho. Son las de la discreta boda civil del entonces joven catedrático Abimael Guzmán Reynoso, con Augusta La Torre Carrasco en la casa de los padres de esta, en el jirón Tres Máscaras, en Ayacucho.
De varias maneras esta reservada boda provinciana, en la casa familiar de los La Torre, marcó la historia futura de la nación. La pareja de esposos, que no tuvo hijos, se dedicó por entero a organizar la insurrección de Sendero Luminoso y a conducirla durante sus años más cruentos. En algún momento, sin embargo, hubo una confrontación ideológica en la pareja, cuyas razones y proceso no están todavía claros, al que siguió la muerte de Augusta La Torre hacia fines de 1988, 24 años después de tomarse estas fotos.
Quien las tomó era un estudiante de 17 años, hijo del gran fotógrafo ayacuchano Baldomero Alejos, y fotógrafo en ciernes él mismo: Wálter Alejos.
En el texto que sigue, fragmento de un capítulo de sus memorias, Wálter Alejos, quien luego llegó, entre otras cosas, a ser congresista por Ayacucho, cuenta cómo tomó esas fotos y cómo las volvió a encontrar muchos años después, de las manos de un cineasta sueco, Mikael Wiström, quien llegó al Perú acompañando a una joven compatriota suya, a quien de niña le habían hablado mucho de su tía Augusta y que vino a enterarse de la vida de esta sin saber la dura experiencia emocional que la aguardaba.
El documental, “Tempestad en los Andes”, dirigido por Wiström producto de ese viaje al pasado de la familia y de la más trágica historia del Perú, se estrenará el 10 de agosto en el 18 Festival de Cine de Lima.
De varias maneras esta reservada boda provinciana, en la casa familiar de los La Torre, marcó la historia futura de la nación. La pareja de esposos, que no tuvo hijos, se dedicó por entero a organizar la insurrección de Sendero Luminoso y a conducirla durante sus años más cruentos. En algún momento, sin embargo, hubo una confrontación ideológica en la pareja, cuyas razones y proceso no están todavía claros, al que siguió la muerte de Augusta La Torre hacia fines de 1988, 24 años después de tomarse estas fotos.
Quien las tomó era un estudiante de 17 años, hijo del gran fotógrafo ayacuchano Baldomero Alejos, y fotógrafo en ciernes él mismo: Wálter Alejos.
En el texto que sigue, fragmento de un capítulo de sus memorias, Wálter Alejos, quien luego llegó, entre otras cosas, a ser congresista por Ayacucho, cuenta cómo tomó esas fotos y cómo las volvió a encontrar muchos años después, de las manos de un cineasta sueco, Mikael Wiström, quien llegó al Perú acompañando a una joven compatriota suya, a quien de niña le habían hablado mucho de su tía Augusta y que vino a enterarse de la vida de esta sin saber la dura experiencia emocional que la aguardaba.
El documental, “Tempestad en los Andes”, dirigido por Wiström producto de ese viaje al pasado de la familia y de la más trágica historia del Perú, se estrenará el 10 de agosto en el 18 Festival de Cine de Lima.
Ayacucho, febrero de 1964. Matrimonio de Abimael Guzmán y Augusta La Torre.
Testigo de una boda
“Wálter, tienes que ir a tomar fotos a un matrimonio, de un profesor universitario que se casa, será una ceremonia civil muy reservada en la casa de la novia”, me dijo mi padre Baldomero. Y me comprometió de esta manera a hacer este trabajo que le habían solicitado, y luego me indicó lo que debería hacer.
“Prepara la cámara y las bombillas de flash, toma un rollo nuevo y ve inmediatamente porque la boda estará por empezar”, fueron palabras dichas por el gran maestro, con autoridad y sencillamente las acepté con alegría, porque además la fotografía me empezaba a apasionar. “Bien papá, me prepararé”, le respondí.
Creo que era la tercera o cuarta vez que salía a cubrir una ceremonia de casamiento. En todo el tiempo de trabajo al lado de mi padre había aprendido no solo a imprimir fotografías, revelar rollos sino también a tomar fotos con la cámara portátil marca Voigtländer, de fabricación alemana. Cargué la cámara, verificando que disparaba correctamente y tomando un rollo más de reserva y 8 lámparas de flash, me fui muy rápido a la dirección que se indicó.
Caminé unos 10 metros y encontré a la mano izquierda un corredor típico ayacuchano con unas columnas decorativas de madera y con muebles antiguos, e ingresé por una puerta abierta a la sala de estar de la casona, donde estaban algunas personas a quienes yo ya conocía de vista. El profesor universitario Abimael Guzmán, la señorita Augusta La Torre, una mujer muy joven y agraciada, provista de una sonrisa muy dulce y amigable, quizá no tenía más de 18 años. El novio sí era una persona de mayor edad, robusto, no muy alto y con unos lentes cuadrados y un cabello bien peinado. Además estaban los padres de la novia, el señor Carlos Rolando La Torre Córdova y doña Delia Carrasco Galdós; y dos personas más que eran los testigos y familiares muy cercanos a la familia La Torre: la señora Elia Cabrera Carrasco y Hugo Cabrera Carrasco.
Aún no había llegado el representante del alcalde de la ciudad y tuvimos que esperar unos minutos hasta que finalmente llegó el señor Hildauro Amorín, que era el datario del municipio, y a quien se le conocía por el sobrenombre de “cura sin sotana”, porque era el encargado de casar a todos los ayacuchanos.
Minutos después empezó la ceremonia y puse toda mi destreza para plasmar en la celulosa en blanco y negro las mejores fotografías, considerando que solo tenía dos rollos de 8 fotos y 8 lámparas.
cia de edad entre los novios no estaba muy acorde con las costumbres de una sociedad tan cerrada y tradicional como la ayacuchana. No encontraba respuestas a mis preguntas.
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